El fin de semana pasado los puertos en Holanda celebraban un año de pesca. En Den Helder los ciudadanos se reunían en torno al coro de marineros y los puestos de cerveza y arenques crudos. El puerto de Den Helder parece vacío a las siete de la tarde. Los ciudadanos están concentrados en un sólo lugar: la barra de cerveza Heineken junto a los conciertos del coro marítimo.
Coro Marítimo de Den Helder. Hombres y mujeres mayores que visten las sudaderas de su club.
Fiesta privada en un barco en Den Helder. Sirven platos de pescado, cerveza e invitan a los turistas que se acercan.
Pescador del puerto de Den Helder. Sale todos los lunes a navegar en el barco de su suegro. Junto al cuadro de mandos, la foto del tatarabuelo de su mujer.
Recuerdo este país mucho más pequeño, una extensión de lo que aprendía en casa, con mi padres emigrados. Quizás el carácter holandés lo vinculaba al carácter familiar: somos directos, somos curiosos, tampoco nos molestan mucho los tabúes y las relaciones sociales se rigen racionalmente; si quiero algo digo que sí, si no lo quiero digo que no.
Ahora, quizás un poco más adulta, este país va adquiriendo su tamaño, su textura y su forma dentro de mi propia categorización cultural. Los holandeses no son belgas, no son alemanes, tampoco son simples nórdicos como a veces nos empeñamos en entender. Los holandeses son más directos que los alemanes, al contrario más formales; los holandeses son algo menos modestos que los belgas; y si bien geográficamente se sitúan al norte, son más cálidos de lo que podríamos pensar. Cuando están de mal humor, lo padeces. En cambio cuando les sonríe el día, puedes terminar en una fiesta privada sin invitación. Los holandeses son ruidosos; cuando pedalean, cuando viajan, sobre todo cuando festejan pero en el tren tienen vagones del silencio a los que todos se tienen que atener.
Pero lejos de esa pintura popular, en su máxima expresión en el día del orgullo gay o una fiesta de pescadores en Texel, lo que más caracteriza a los holandeses es su necesidad de debatir y consensuar los acontecimientos. “La policía holandesa primero debate, después toma medidas radicales” me comentaba el sociólogo y profesor Casper Vroom. “Al contrario que en otros países donde directamente se recurre a la violencia del Estado”. Los agentes en el centro de Amsterdam detienen al conductor de un ciclomotor sin casco no tanto para la multa como para el sermón. “El otro día me regañaron por cruzar un semáforo en rojo”- me comenta Marit Raup, arquitecta en Eindhoven- “Y me recriminaron por ser un mal ejemplo para mis hijos”.