Horizontes de cemento

El turismo en Bulgaria produce monstruos amarillos.

A unos treinta kilómetros de la ciudad de Varna (Bulgaria) empieza una frontera natural de rocas que sólo se ve interrumpida por pequeñas calas de arena blanca o pueblos costeros: Balchik, Kavarna, Balgarevo, Kamen Bryag o Tyulenovo. Son pueblos tranquilos, habitados en su mayoría por pescadores o agricultores y en el que sólo veranean personas atraídas por el sonido de la caliza golpeada por el agua. Y a su espalda dejan kilómetros de estepas, campos de trigo o girasoles.

Pero la riqueza que enorgullece a las personas que por aquí pasan, que aquí viven y han vivido durante muchos años está desprotegida de uno de los grandes problemas estructurales de Bulgaria: grandes empresarios de la mano de instituciones públicas que ejecutan planes urbanísticos insostenibles; pequeños empresarios que no reciben apoyo municipal y, en definitiva, ninguna coordinación en el desarrollo social y económico de la región. Y bajo el rumor de la presencia de mafias y blanqueamiento de dinero, se van construyendo hoteles y apartamentos olvidando a sus ciudadanos: los cocineros, los artesanos, los hosteleros, los pescadores o los agricultores que viven de lo que la tierra les ofrece.

Dimka Staykova es artesana y es testigo de cómo cada verano el ayuntamiento de Balchick incrementa los precios de alquiler de los puestos turísticos a la par que cambia la tonalidad de las piedras del paseo. Nacida en Albena, otro pueblo de la región, es especialmente crítica con la construcción de hoteles. “Pronto dejaré de ver el mar cuando vuelva de trabajar”

Krasimir Miteff regenta el guesthouse Levana en Balgarevo. Krasi es de origen gagaúzo, grupo étnico túrquico que pervive en el noreste de Bulgaria. Trabaja minuciosamente en la restauración de la granja familiar, recorriendo su historia y sus costumbres a través de las alfombras y decorados tradicionales, pero se deprime recordando las casas que se han derribado para la construcción de los “monstruosos edificios amarillos”. Se le han agotado las propuestas para al alcalde de Kavarna. “El año pasado diseñé un mapa turístico incluyendo la historia, la cultura, los restaurantes y la actividades que hacer, pero nada. No hubo suerte”.

Galín es ecologista, es monitor de deportes de aventuras, es pescador y restaurador. Galín lo es todo, sólo si se encuentra en el noreste de Bulgaria. Tiene una barca y sale de vez en cuando para pescar. Se sabe de memoria el nombre de cada una de las formaciones rocosas de la región y se define con una sola frase de “Si hay algún empleo que no da dinero, allí estaré yo”. Está aprendiéndose los nombres de las distintas especies endémicas y no quiere que se construyan apartamentos que nunca se lleguen a habitar.

Pero a las costas del noroeste de Bulgaria todavía no ha llegado a los niveles de construcción de otras zonas costeras. El modelo turístico estándar no parece ser capaz de explotar los terrenos rocosos. Mientras tanto, en esta gestión desordenada de la región, otros prefieren dedicarse a lo que siempre se han dedicado; el mar. Y sueñan y rezan que no suceda lo mismo que al sur de la costa donde cientos de hoteles y proyectos de hoteles desdibujan el horizonte del Mar.

Reconstrucción de una fortificación bizantina en la Reserva Arqueológica de Yailata a través de fondos europeos. Distintas organizaciones han denunciado la ausencia de investigación histórica y arqueológica en el proyecto. Es un ejemplo más de cómo gestionan el turismo las autoridades locales en la costa del Mar Negro.

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