“Hey, Rosa, I am in Granada. Let’s meet” me escribía hace unas semanas Yasin, refugiado sirio que actualmente trabaja en Alemania. Le tuve que contestar que no podría verle, que en pocas horas partía de nuevo al país que él un día abandonó y seguramente nunca más volverá: Bulgaria.
Hace ya medio año desde que Cristina Aldehuela y yo realizamos la investigación que resultó en el trabajo “25 levas, un viaje sin retorno”. Las personas que conocimos entonces ya se han marchado y en su lugar han llegado nuevas generaciones de refugiados. Las condiciones han mejorado, ya no falta comida ni tampoco mantas. No obstante, el entorno político no ha facilitado ni su integración ni su estabilidad.
En abril Bulgarian Helsinki Committee publicó un informe detallado de la xenofobia y la violencia social surgida a raíz de la llegada de los refugiados sirios al país balcánico. Entre las causas principales, sitúan la no reprobación de discursos políticos fascistas o la violencia generalizada de la policía de frontera. Ante esto, el gobierno negó cualquier versión de la organización, absteniéndose incluso de leer el informe.
Pero eso siempre pasa en la opinión pública búlgara, en su polarización nunca existe la verdad a medias. Es negro o es blanco, lo que a veces resulta más confuso que una simple manipulación. La versión oficial es que el muro de contención entre Bulgaria y Turquía de treinta y tres kilómetros está a punto de terminar, otras voces dicen que el dinero destinado a construirlo ha terminado en las manos incorrectas.
Si bien ir a ver el muro puede ser una solución, a veces en Bulgaria la vista sólo sirve para engañar al investigador. El hijo del embajador sirio en Bulgaria, Ruslan Trad, comenta desde una cafetería cercana a las calles Tsar Samuil y Pirotska que allí mismo fue testigo de una redada que no quedó registrada en ningún informe. “En mitad de nuestro barrio, el barrio árabe, de pronto detuvieron a una veintena de refugiados sirios, entre ellos, tres mujeres. No he encontrado ningún registro oficial de la redada”. Lo publicó en un grupo privado en Facebook y una vecina le confirmó que efectivamente ella también había sido testigo de dos redadas más.
Pero no hay vista ni informe que oculte el hecho de que, una vez obtenido el pasaporte, los refugiados huyen a otros países. Alemania, preferentemente, donde se les concede nuevamente el asilo humanitario. “No hay ningún tipo de ayuda para integrar a los sirios en el país. Además si aprendiésemos el idioma, no serviría de nada, porque hay demasiada competencia.” comenta Elias.
Elias Suleiman es el único refugiado sirio que conozco que haya decidido quedarse. Trabaja en un Centro de Llamadas en las afueras de Sofía atendiendo a los usuarios de apps de videojuegos. Aquí, ha conocido a su futura mujer sirio kurda y búlgara con la que planea casarse en octubre. A pesar de ello no es la excepción que confirma la regla “Estoy cansado de que nos miren extrañados en el autobús por hablar kurdo”. Elias, como voluntario en los campos, asegura haber visto las heridas de mordeduras de perros y golpes en los cuerpos de los sirios recién llegados a las fronteras de la Unión Europea.
Al igual que Suleiman, Ruslan Trad nunca descartará la posibilidad de marcharse. No dejan de sentir la exclusión. A Ruslan, búlgaro de parte materna, siempre le frustrará el hecho de que el país balcánico se fije sólo en Occidente, teniendo culturalmente más puentes con lo oriental. “Nadie se interesa por saber qué es lo que sucede en Siria”.