Más de un año después del comienzo de las protestas en Bulgaria y la aparición del movimiento ciudadano búlgaro #дансwithme, Plamen Oresharski anuncia la dimisión de su Gabinete. Los manifestantes del país etiquetado como ‘el más pobre de la Unión Europea’ celebran la consecución de su principal petición: octavka (dimisión).  Aquí os dejo con un corto documental para conocer un poco más el contexto que lo ha provocado.

 

 

Hace sólo unos meses me enfrenté por primera vez al encantador mundo editorial. Seguí intuitivamente los pasos: cuatro líneas de descripción del reportaje, voz firme e insistente y lápiz y libreta en mano. “No, lo siento, no aceptamos colaboraciones externas”; “No quiero ser yo quién te lo diga, pero sabes que no te vamos a pagar nada por el artículo, ¿verdad?”; “Si leyeses nuestra revista sabrías que nosotros ya cubrimos el tema hace unos meses”: “El tema es demasiado coyuntural”; “Si matan a treinta personas delante tuya. Entonces sí te compramos la noticia” “Insisto, ¿le has enseñado el reportaje a alguien? Nosotros sólo trabajamos con gente exclusiva o reportajes exclusivos”.

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“Mi cargo en National Geographic Bulgaria, o así lo denominan, es el de Director de Arte”- Aunque su inglés es fluido, Evo Danchev pronuncia estas palabras despacio- “En definitiva me encargo de la edición final de los artículos en Bulgaria”. En menos de ocho años como fotógrafo en Bulgaria, este fotógrafo ha conseguido algo envidiable para otros profesionales: poder decidir sobre el foco y el enfoque de todos sus reportajes. Así, lo que comenzó como una afición reconocida por premios Canon y Lumix en 2008 se convirtió en su profesión.

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El turismo en Bulgaria produce monstruos amarillos.

A unos treinta kilómetros de la ciudad de Varna (Bulgaria) empieza una frontera natural de rocas que sólo se ve interrumpida por pequeñas calas de arena blanca o pueblos costeros: Balchik, Kavarna, Balgarevo, Kamen Bryag o Tyulenovo. Son pueblos tranquilos, habitados en su mayoría por pescadores o agricultores y en el que sólo veranean personas atraídas por el sonido de la caliza golpeada por el agua. Y a su espalda dejan kilómetros de estepas, campos de trigo o girasoles.

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“Hey, Rosa, I am in Granada. Let’s meet” me escribía hace unas semanas Yasin, refugiado sirio que actualmente trabaja en Alemania. Le tuve que contestar que no podría verle, que en pocas horas partía de nuevo al país que él un día abandonó y seguramente nunca más volverá: Bulgaria.

Hace ya medio año desde que Cristina Aldehuela y yo realizamos la investigación que resultó en el trabajo “25 levas, un viaje sin retorno”. Las personas que conocimos entonces ya se han marchado y en su lugar han llegado nuevas generaciones de refugiados. Las condiciones han mejorado, ya no falta comida ni tampoco mantas. No obstante, el entorno político no ha facilitado ni su integración ni su estabilidad.

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